Cuando despertó esa vez, toda la mañana estuvo con la cabeza como inválida. Soñó su espalda, creyó verla ahí. Lo de ahí implica que #elsoñante, esta vez, se había soñado a sí mismo viendo su propia espalda. Un decir simple esto de verse soñando porque ésa no fue exactamente la, digamos, sensación que le produjo esa matutina invalidez. El soñante era otro en el sueño y lo que veía sí era su espalda, algo arqueada a la singularidad de una pose, de una construcción para, digamos, el otro, que lo miraba de algún modo. Lo de algún modo (¿cómo reemplazar algún modo?) podría ser otra cosa, otra reverberancia podría ser ya que en este sueño #elsoñante tuvo la inquietante certeza de un espacio, de otro espacio ajeno y cercano a la vigilia, a esa invalidez de la cabeza en la mañana, en la cocina. En ése no estar ahí sino en otro lugar, hay que decirlo, lo de lugar también es un decir, como lo de momento y lo de instante en un transcurso para despertar en la vigilia. La medida de la contemplación no afectaba al conflicto, al parecer, no lo hubo, no entró dentro de esas clasificaciones ese estar no transcurriendo. Habiéndose visto la espalda por él mismo en otro, pensó durante la invalidez, como distante, había algo que no terminaba de presentir en estos sueños. Éste fue el cuarto o quinto sobre las ausencias, supo después. Las ausencias, en sí, no fueron conclusión ni consuelo, no comunicaron ni significaron nada, digamos, aún, por entonces. Sobre todo en este sueño, tan de otro mundo, la ausencia le miraba la espalda y el soñante, involuntario, posaba la gala de su certeza, de su estar en otro, movido hacia otra región, para siempre, como un fantasma. Lo de la tentativa apareció después. El conjuro punible, también.
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