A pesar mío, sin ser tenido en cuenta es la sensación que quisiera sentir, lejos tuyo, la persona que alguna vez te dijo, sin ser capaz de más o por un arrebato anodino atribuido, quizás, a la velocidad de las cosas, al frenesí iluso te dijo no estar obligado a ver de por vida esa nariz con agujeros tan grandes, ese pito tan grosero, ese culo tan dispuesto. Lo de toda la vida es probablemente el fracaso de una búsqueda cotidiana obsesiva que no se doblegó ante el horror que arrastra la lengua no escrita. Otro decir del que ríe a la defensiva y siempre cuando escucha, en otros, los mismos reproches que se hace de sí mismo entre la duermevela y las 15 horas del día siguiente. A pesar mío, lo de doblegar el horror es un horizonte de metáfora engorrosa, es una irreconocible soledad, es un arrastrar el ruido de las inflexiones erróneas de no poder, de manera más o menos elegante, ser menos que uno entre otros. O no querer, que podría sonar igual en el caso de ser otra la persona que te dijo, una vez, que la hostilidad podría ser un inicio de cierto bienestar que sólo una vez transitado podría, de alguna manera, sentírselo cerca. Cerca tuyo fue que sucedió el desfajase, el no verte llegar, la resequedad sin culpa ajena, la domesticación de la rabia, el viro errado de la cuestión, el inesperado misterio de no poder encontrarse de repente ante el peso del mundo. A pesar mío, esto es teatro.

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