Combinaba la tranquilidad con una efímera solidez de fósforo encendido ante el naufragio de la penumbra. Alternaba la tibieza de las pieles de los buenos amantes con la desesperanza de su andar errante. Variaba ante la seguridad de mi desorientado cansancio y la imprudencia vil de un café aletargado. “Te conté mi vida”, dijo. Y se fue.

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