La hizo entrar como pudo. Era débil. Por pereza. Se lo iba a hacer notar pero no estaba de ánimo como para andar despabilando aprendices precoces. Esto nos dijo: “tenía la pija corta pero ancha, más en punta que cabezona, medio rosada. Y los torpes arremetes no dijo que no lo molestaron tanto durante el coito pagado antes. El pagador era un ex rector de la universidad del Litoral, de sobrenombre Piri, como la hija del hijo de un escritor que se suicidó hace mucho y que el ex rector tenía como síntesis entera de un artista,  nos decía siempre, como algo tan liviano como profundo fue el tema que siempre había recurrido para sus estudios sobre el escritor muerto. Puchi le decían al pagado. De nombre desconocido, tenía 16 años de edad y 40 de diferencia con el –dijo- “lechón peludo y sin cuello” que le ofreció 300 pesos para –habría dicho el rector- “meterse él mismo con sus manos la pija de Puchi”, que vendía puerta a puerta panes con chicarrón en el barrio del ex rector. Fue todo una vaguedad recordaría el ex rector. Sólo le quedaron flojedades, tirantezes, un pupo para afuera, una canción de Raphael, una especie de morocho corderito de pelaje proletariado. Así lo recordó el lechón. Puchi jamás le mencionó que se le había cortado el frenillo apenas se la metió el lechón, solito, con su mano derecha. Tampoco de la sangre que fue secando como pudo con dos panes que tanteó mientras le daba por el culo al ex rector, que parecía dormirse. “Ser masculino es un aprendizaje constante”, le escribió via email el lechón a su amiga Beatriz, filósofa porteña, con más abortos que miedos, pero “mal casada” dice siempre el ex rector.

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