“A la mismísima concha de la lora me dijo que te dijera a vos que te fueras, pero yo ahí nomás opté por no decirte nada aquella vez y dejar que todo aquello cuanto te maldijo, que toda esa sarta de pavadas mormonas, que todos esos lugares habitados por conchas voladoras no pudieras vos enterarte de su existencia y, mucho menos, que te fueras ahí como alguien que fue juzgado, como un condenado al que un despechado puto pendenciero te quiso mandar por no haberlo amado como el despechado puto pasivo quería, hace bastante ya sabés que quiso eso, y a mí me lo dijo por entonces todo esto, pero recién ahora yo te estoy diciendo a vos lo que en realidad me dijo cerca del verano del 2009, noviembre quizás, cuando vos, el puto y yo andábamos como en alta mar, omitiendo detalles difíciles de explicar, empachadas de azúcar las manos teníamos, abrumados de tantos resplandores azules, rojos y amarillos que ascendían –no sé si te acordás- desde los vértices derechos de las paredes del departamento del edifico “Vulcano II” de la calle Mitre donde vos vivías por entonces, en el séptimo D, con el despechado puto aquel que te mandó a la concha de la lora una vez, te decía que me dijo, y que me juro y perjuró –con gesto de la mano y todo- que ligero no sería tu suceder próximo, dijo, que te había hecho una especie de maldición entendí yo aquella vez pero no le pregunté más porque, después de todo, el puto olía a queso aquella vez, y fuiste vos solito el que le dio un mechón de tu propio pelo, me acuerdo que me acordé, como en chiste, una vez, en la prematura edad donde todo nos atravesaba de otra manera, no hace mucho, donde por todos los postigos se filtraba la carne que se derretía por vos, por uno y por todos nosotros más el puto despechado que, me dijo, temprano un domingo de 2010, en un descampado detrás del puente Rosario Victoria, junto a no sabemos quién, quemó tu mechón junto con un mejunje que, según el puto éste, era una mezcolanza de alcohol de quemar –el azul-, orines varios, leche ajena, jugo de melón, ruda macho, laurel, gotas de sangre del puto, saliva de operario no calificado, vino moscato, un papelito doblado en seis que me dijo que decía será más tolerable el castigo que la permanencia, y tu mechón de pelo que ardió, me dijo el puto, el tiempo necesario para urdir la cadena de sucesivas pérdidas que se te acontecerían después, si todo aquello le funcionaba. Obviamente toda tu confusión se hizo creencia y el puto éste te conjuró un renegrido presente. Si me lo cuentan no lo creo. Tendríamos que regocijarnos ante eso y vos tendrías que hacer lo que te dijo #Sandra que hicieras: hablá a través del estómago que así no se retiene en vos lo moribundo, y dejá que algunos mueran en paz, lejos tuyo”.
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