“La persona está quieta. Matorrales verdes y pardos se desflecan a su alrededor. Hay un singular rigor del sol que abre flancos brillosos desde arriba. El sonido ambiente lo desconozco porque escucho Matthaus Passion ejecutada por la Chicago Symphony Orchestra. Datos inútiles, desmontes afanosos que de no estar o que de no tenerlos, pienso ahora, igual se intensifica el espectáculo desde acá”, se dice Andrés Letonia, “y la persona sigue quieta, resplandeciente parecería que es, pero estoy seguro que soy yo y no la persona quieta que miro desde acá quien harto contundente aprecia la mirada que brilla”, dice Andrés Letonia para sí mismo, “parece un bailarín quieto, en reposo o combatiendo estoico por dentro contra algún tipo de enemigo que le impide, quizás, dejar de estar quieto y dar unos pasos hacia adelante o hacia atrás. Hacia el costado vamos todos, y sería estupendo pienso que esta persona diera, porque sí, unos pasos hacia atrás”, se dice Andrés Letonia. “Es un hombre, un muchacho más bien”, dice al aire, “delgado y blanco teta como quien dice, de hombros que no sé si están relajados o caídos”, dice Andrés, “está desnudo, está quieto y está de frente”. “Desde acá es sutil el cuerpo de este muchacho quieto. No parece tener falsetes agudos. No puedo ver sus pies porque quieto está entre yuyos altos que incesantes van y vienen con el viento que hay en estos lugares de Córdoba”, piensa y se dice Andrés Letonia. “Pero nada de la nada me introduce en la alteración de la presión arterial, no me dan urgencias ruidosas y polvorientas, no quiero tocar, ni asir, ni pulir, ni presumir, ni sacrificar, ni inducir, ni llorar, ni pálido reír, ni generar, ni retroalimentar, ni saber si le voy a gustar, ni ir, ni venir, ni escuchar, ni ser un rebaño, ni escoger ni señalar atributo alguno que ahora”, se dice Andrés, “pudiera estar viendo en ése muchacho quieto y desnudo. No tiene, si miro bien, ningún atributo que beneficie al onanismo de nadie”, se dice Andrés Letonia. “Está quieto, está desnudo, está solo y tiene las piernas peludas, la pija quieta a la altura de los huevos que penden un poco de más”, dice, “y está quieto, desnudo y parado con sus piernas ni muy abiertas ni muy cerradas, como en el andador eléctrico de un aeropuerto está el muchacho que veo desde acá”, dice, “pero quieto, y si no estuviera viéndolo ahora como lo hago diría o me diría que me observa desde allá”, dice Andrés Letonia, “que me ve como lo veo yo desde acá y que ve cómo muevo los labios míos mientras lo miro”, dice, “pero estoy completamente seguro que no hacia aquí su mirada dirige. No parece estar mirando nada en realidad, su mirada también está quieta. Si lo miro con atención y si permanezco tres docenas de instantes de más contemplando a este muchacho quieto, puedo darme cuenta que respira pausado, y que sólo su pecho apenas imantado de pelos es partícipe del mecanismo de la respiración suya. El sol tira reflejos plateados de vez en cuando que refractan con el cristal orgánico de mis lentes. Eso debe de verlo, pienso, y seguro en un rato estornudaré arruinándolo todo”, se dice Andrés Letonia, quien por consejo de su médico (el doctor Laurito) habla y conversa con la voz que dice hablarle desde adentro suyo. “Tiene el ombligo para afuera y una descolorida mancha medio marrón tiene a la izquierda del botón ombligo. Sus brazos hacia abajo con la misma ambigua actitud que sus hombros no sé si caídos o relajados. Tiene las manos semiabiertas y sus dedos en desorden. Puedo ver que parpadea y que sigue quieto. Puedo ver que el sol le disimula bastante el tamaño de su nariz y el de sus orejas. Puedo ver sus labios entreabiertos y puedo ver que su labio superior es igual de pequeño que el inferior. Tiene el pelo marrón, lacio, corto y casi como el único dato referencial de extrañeza, su flequillo no se mueve como los matorrales se entregan al viento. El resto está quieto”, se dice Andrés Letonia. “¿Quién sos?”, le pregunta Andrés Letonia a través de la telepatía. “Soy prosa”, escucha Andrés Letonia en su cabeza. “Delicioso pasatiempo”, le dirá un mes después el doctor Laurito mientras le renueva las recetas por duplicado de Lexapro, que Andrés comprará con descuento en la farmacia que está en San Luis y Maipú, lejos de Córdoba.

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