El cielo, ahora, naranja. El puto, ahora, reconoce su actual atmósfera. A pesar de tener una, aunque leve, constante pulsión que, por adentro, surca un dolor de izquierda a derecha las sienes de su cabeza, ya no se figura nada a consecuencia de nada, ni de nadie. Esto dura un rato que, llegado el caso, se podría inferir que, al igual que en algunas siestas, el tiempo pude saltar y dejarlo al puto así como está ahora, con el naranja oscureciéndose y sin la pluralidad de los significantes que se obstinan en explicarnos a quién o a qué amamos. O amábamos antes, cuando la emergencia se cargaba en vano. Esto está ahora en el puto. Y es sosiego lo que siente y reconoce. Ahora, y ahí. Como en automático, como algunas necesidades, el sosiego es un privilegio suyo (y de todos los que pueden) que al menos lo que dura mientras ocurre, sin palabras, ninguna de las corrientes separadas y manifestantes que en lo macro llamamos vida digamos, puede confiscarnos nustro propio contenido. “El pensamiento es una vivienda”, escribe el puto en un palelito que guarda dobaldo en cuatro en su billetera simil cuero marrón justo cuando el naranja arriba dejó el brillo, el colectivo 103 rojo llega a la parada. El puto aborda. Paga su boleto con esas inútiles tarjetas son contacto que permiten, muy seguido, la liberación de la ira filo burguesa, por decir, de toda la gente que, más temprano o más tarde, con o sin reposo, es tan gente y tan común como el puto.
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