Por útil y por inútil no se puede exponer esta idea bipolar ya que el interés por el peso de lo ajeno tampoco, como la idea misma, tiene término medio. El envanecimiento de que gustándose uno puede gustar a otro no es, llegado el caso, más que un decir reparador frente a la precisión del gusto ajeno. La gratitud, a veces, suele ser un camino ingrato y no siempre compartido. Pero esto vino después, cuando ya ido del boliche aquella noche pensó que tendría noticias suyas de vez en cuando. Ni una tuvo Augusto Zeta, quien poseía una vanidad quejosa, de las que están expuestas casi genéticamente y son incómodas de soportar. Augusto Zeta era tan lindo que a veces parecía quejarse de este, por decirlo así, mérito del destino. Pero no lo decía, sólo lo dejaba entrever, como que lo insinuaba respirando aquello de no soportar, en sí, ser lo que era: un puto lindo, pero arrogante, cuya vanidad quejosa lo hizo fanático en no ceder nunca a la luz del marasmo amoroso. Hasta que la vio. De la luz de aquella noche hablo. La luz es el impulso eléctrico que se despliega indómito dentro de uno cuando, digamos, el placer se siente como lujo. Augusto Zeta, entonces, se inclinó un poco (apenas, primero) sobre una pared lateral del túnel del boliche y se aisló de todo mientras el otro le bajaba los chupines negros y le daba sin asco, aturdido y al natural una sacudida feroz que no halló más remedio ésta que acabando dentro del ojete de Augusto Zeta, sodomizado por primera vez sin sentir vergüenza aquella noche, por otro de nombre Martín y de apellido Amis. Esto lo supo después cuando, porque sí, le salió invitarlo a Martín a bailar juntos en la pista. Martín accedió riendo demasiado. Cuando se fue, Augusto Zeta pensó que tendría noticias suyas de vez en cuando. Reía demasiado el otro y este accionar, Augusto, lo tendría que haber catalogado como, al menos, lógica de conducta posterior, como señal de lo que vendría, o como espejo donde no reflejarse más. Sin embargo, cuando se fue pensó que tendría noticias suyas de vez en cuando. Ni una tuvo. La vanidad no tiene término medio.

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