Empieza con un muchacho dejando de correr. Lo vemos de atrás y es el arqueo de su espalda en ritmo oscilante con el pendular de su cabeza de atrás hacia adelante lo que más nos llama la atención. Está detenido pero agitado el muchacho, a quien llamaremos Zelmar Acosta. No lleva camisa pero sí pantalones. Son unos jeans azul oscuro algo raídos, no por el uso sino por capricho de los diseñadores, las fábricas textiles, aquello que nos viste digamos. Un muchacho dejando de correr y deteniéndose en seco, de repente, como si hubiera recibido una orden imposible de no acatar. Está agitado y está de espaldas. Se escucha cómo se balancea su torso a medida que el aire entra y sale de su cuerpo. De su cuerpo se ve su espalda, como dije. El resto se infiere. Aparece, leve, una excitación. El muchacho la presiente y comienza a correr nuevamente. Continúa con el agite del correr, la velocidad discontinua, el mal enfoque del cuerpo corriendo. Hay una colección de verdes en torno a Zelmar de espaldas corriendo, quien por primera vez corre y de vez en cuando, en intervalos de diez o quinces segundos, mientras corre, gira su cabeza y mira hacia atrás. Sonríe agitado y vuelve la cabeza hacia adelante. Se apura y puede percibirse que adquiere más velocidad y, lenta pero secuencialmente, la imagen de espaldas corriendo de Zelmar Acosta se hace más y más pequeña, tanto que se confunde con el verde y desaparece. La obra es sobre un actor que no puede interpretar su papel. O no quiere. No queda claro nunca si es que no puede o no quiere. El actor no habla en toda la obra. Se quedó mudo al parecer y por eso no puede hacer su papel. Algunos dicen que miente y que lo de quedar mudo lo copió de una película de Bergman. Es posible. El director de la obra es una mujer. Tiene 44 años y se llama Sheila Rubí. En realidad ella es actriz, siempre actuó, siempre desde muy joven hizo cine, teatro y televisión. Como, por decir, #EmiliaMazer. Ahora tiene un berretín y se valió de actores jóvenes, inexpertos casi y muy ansiosos de ascender. Ascender no tiene un precio determinado a la hora de su definición acá, pero entre ellos está #ZelmarAcosta, el muchacho que siempre de espaldas corre en la cabeza de Sheila Rubí dormida o despierta. Zelmar Acosta está cierta y decididamente enamorado de Luis Benítez, un empleado público del área Festivales de las Artes escénicas de la Secretaría de Cultura y Educación de la Ciudad autónoma de Buenos Aires. Tiene 35 años y trabaja allí desde los 31. Antes había sido bailarín pero las secuelas del incendio de Cromagnon lo dejaron fuera de escena. Fue la persona número 362 en salir aquella noche cuando el fuego se desató. Arrastraba a su pareja de entonces, #GasparFalconi, que no sobrevivió y murió en una de las ambulancias camino al . Luis Benítez desde entonces tuvo 6 intentos de suicidio. El teatro es un lugar muy frágil si se lo construye sin fe, piensa ahora Zelmar en dirección al baño. Como ya la tarde se apaga, enciende la luz Zelmar. Como hace frío, cierra el ventiluz. Como el calefón es mañoso, antes de comenzar a desvestirse, abre el agua caliente. Como es martes, se levará el pelo con shampú y acondicionador. Como hace frío cerró el ventiluz Zelmar, y ahora el vapor del agua caliente invade el baño. Detiene todo un instante ahí. El vapor le da gracia, le hace recordar lo feo que es el humo en el teatro, el ruido que hace la máquina que larga ese humo y que aún la tecnología no silenció. Al menos en el teatro que él hace con #SheilaRubí la tecnología aún no accedió por la puerta del presupuesto, o Sheila Rubí no sabe qué hacer con ellos. De igual manera ahí el vapor le da gracia y más de una vez Zelmar Acosta actuó en obras de teatro donde el humo resumía todas las implicancias sobre por decir estados inciertos de lo que estuviera sucediendo ahí, en la obra llena de humo porque sí, como en la que está ahora, medio a disgusto. “Ardor” se llama la obra.
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Comentarios
Publicar un comentario