Como es sabido, el teatro está al alcance de la mano. Todos pueden hacer teatro. Incluso los que se inclinan sin talento pero con firmeza en la idea de que la entrega, siempre, es un puro acto de bondad humana. Así, se llena el hoyo del vacío que tienen los aspirantes que vinieron al mundo después de la caída del muro de Berlín. Así, por ejemplo, los críticos de teatro no son todos putos ni tampoco gente sin forma en un bardo entre los que hacen y los que miran teatro. Así, por ejemplo, las chinitas y loquitas y mujeres petisas de pelo corto, aunque presas de no poder, se mancomunan con lo que sí es el teatro: una necesidad de poder ser uno siendo muchos. Como es sabido, también, la gente de teatro es más carne que otra cosa que pudiera ser inferida en algún sistema de lenguaje que no los involucre tan literalmente. No tienen otra opción que permanecer en la más pobre de las nominaciones, en la teoría que habla sobre la imposibilidad de hacer teatro si alguien –cualquiera no- tiene malas intenciones. Por eso goloso recurso de amparo tiene el que escribe teatro: puede estar adentro y afuera, gastando la vida en maromas disparatadas que la buena gente que hace teatro considera traición. Hay una renga en Santa fe que sabe de lo que hablo. Hay una pasiva culposa pero fogosa que estudia con Capa y que se tragó el pito de su hermano Gustavo. Hay alguien que abandonó sin darse cuenta que ya había sido abandonado. Hay tres huérfanos homosexuales y dos mujeres lindas pero estropeadas que temprano vieron la certidumbre y siguen a pesar de la niebla. Hay muchos oficialistas que confunden gordura con hinchazón, como Selac, Pasarini, Cejas, Fiordino, Rodi, la señora beoda de la manzana, la convencida varonera que vive de los talleres, Ricardos varios, Tardío, Cipriano y tantas más señoritas poco afectas hoy al melindre de la ficción. Quedarán igualmente. Accionarán como los verbos en infinito del escriba. Terminar siempre invadiéndolo todo. Entretenerse viendo quien de lejos parece rubio. El cómo si aquello estaría siendo, de algún modo, un negocio redituable, como quien se entrega sin ser solicitado. Hay dos posibilidades: el bozal legal o la permanencia en el “hemos de olvidarte”. Jacobina Timerman, Dramaturgia socialista de entreguerras, editorial Convivio, Sunchales, 2012.
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