Inmoderado se alienta para que suceda por su cuerpo de un momento a otro el estado semisonambúlico por el cual aprendió a sobrevivir a pesar del talento de la no tracción emotiva. Inexpresable apostura. Como si todo fuera real, el puto que cuando camina siente que una mano le acaricia la nuca, espía a su nuevo vecino de junto. Se deslumbró hace trece horas cuando lo vio por primera vez. Y fue porque sí, o porque una visión se hace emoción cuando dicha sensación, digamos, lo invade a uno –a cualquiera- con la determinación exacta del término que nomina la acción de intempestivamente acceder a, por decir, otro lugar bajo un procedimiento a veces distraído pero siempre alucinado e inefable. Creciente y decreciente se siente el puto que camina y siente una mano en la nuca. Centelleante, como si uno se hallara en presencia de una fuerza que imprime la nobleza inobjetable de todos los intentos de uno –de cualquiera- por mejorar y releerse. Evidencia frugal pero sólida que converge suelta en el cuerpo del puto que cuando camina siente una mano que le acaricia la nuca mientras mira cómo su nuevo vecino de junto, que es francés y tiene un nombre horrible, se toma todo el tiempo del mundo para cortarse las uñas de los pies. Causas infantiles son los confines del #puto.
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