El reclamo último fue una verdadera tristeza sobre las contenciones que cada uno había hecho para no perder la fe. Uno hizo más que el otro, eso saltó a la vista (siempre) y, estando yéndose así, el otro sólo escuchó el último reclamo, que venía sobre la certeza de perder, de estar perdiendo o de haber perdido uno la necesidad del otro. La necesidad puede generar su propia crueldad, el porvenir es un lenguaje inaccesible y se puede perder aún sin aceptarlo. Por eso el otro lo aceptó y esto, si se mira con cuidado, salta a la vista en muchos. Acá, entre uno y el otro, la fe había hecho todo lo posible por ser cierta y no simulando nada, se había expandido en vano. Hay una imposibilidad en algunos que no cesa hasta hacerla material y ahí, se sabe, el amor pierde. Lo innecesario a veces es la permanencia, la intención inútil por ocultar las evidencias y extender el dominio. Esto es un decir, más bien es como estar, en estos casos, fuera de la conservación del deseo y más en la auto invocación de una afirmación desmedida, inconsistente si se la mira con cuidado y de lejos. Sólo habría que dejar, al menos, que lo que se llama razonamiento se detuviese, se obnubilase ante el atisbo de lo que otros llaman milagros y estarse, sólo estarse ahí, donde la hipocresía tiene paciencia. Pero esto lo supieron después, meses después, idos los ya de cada uno y del otro, retumbando ya lejanas las vibraciones y cuando las cosas se suplantaron por otras más arcaicas, menos gastadas pero igual de inciertas aún.
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