Aquí hay una gruesa posibilidad de error de interpretación si no se tiene en cuenta que lo que se explica juzgándolo es un vicio posible. Lo del juicio es un decir que de tan posible a veces se hace demasiado concreto. Más bien todo esto es una duda sobre las inútiles comparaciones y sobre las necesidades sin nombre de aquello que podría, de ser cierto, reemplazar un vacío. Llenarlo más bien en un decir. O en dos vacíos digamos, porque indudablemente algo llenaron en su (posible) confusión #CristianSortino y #MartínPerinetti al relacionarse entre sí y definirse, desde el vamos, como pareja. Se amaban, parece, sí. Cinco años de amor, casi. Juntos no llegaban a los 50 años y por separado apenas unos cinco meses los alejaban entre los 24 de uno y los 25 del otro. Uno era petiso, rubión y flaquito medio obsceno, húmedo digamos. El otro también. Martín se hizo adicto a una pastilla que dilataba sus vasos vacíos próximos al llenado y al desborde. El otro también. Cristian, físicamente astuto, desde temprana edad tuvo una férrea determinación sensorial sobre lo anal y fue más pasiva que una puerta, siempre. El otro también. Martín era repositor en el supermercado “La Gallega” de Avenida Pellegrini y Mitre. Cristian era cajero al principio pero terminó atendiendo la verdulería. En el boliche les decían “Nu y Eve” por el parecido casi filiar que saltaba a la vista por entonces, cuando se hurgaban braguetas en el boliche mientras #Thalía tenía la piel morena y un perro le hablaba. Y por putas, las dos, por muy putas fueron conocidas. Ya sea con la actitud, con el pensamiento o con la mirada (jamás con la boca) Cristian y Martín eran recibidos en el boliche con la poca delicada frase: “Ahí viene esa pareja de putas”. Cruel principio de realidad si no tuvimos en cuenta el principio: Se las cogió literalmente cualquiera en el boliche (en las inmediaciones también), en el túnel, en el baño, en lo oscuro y hasta en la pista se la chuparon los dos a literalmente cualquiera, siempre juntos, simétricos podría decirse si se mira todo esto con una estética que bordea el virtuosismo y el inestable equilibrio que nos conecta con otro. Burdos por momentos, a contracorriente de otras emociones otros, ostentaban libres su amor mutuo mientras el boliche les metía todo lo humanamente posible de ser metido. Algunas anécdotas de sus infancias y primera juventud es mejor no revelarlas. Que lo que se retenga sean estos episodios donde el tumulto, testigo y parte, contribuyó a hacer visible lo plexo del corazón.

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