El primer Edwin de su vida duró poco, apenas un pasillo y un desparramo de fluidos en baldosas centenarias. Lo conoció porque sí, digamos, entre la vigilia y el sueño de un aburrimiento letal, si es que se puede hablar de sensaciones de muerte estando borracho y acostumbrado a la frugalidad de pasar noches y noches por ahí, digamos, yirando y haciendo como si nada sucediese más allá de esa noche, de cualquier noche. Aburrido como estaba, entonces, apareció el primer Edwin de su vida. Lo de frugal aconteció más en forma que en contenido y así, moderado para que no se le notase la intermitencia de la simpleza, con un cierto pero leve cosquilleo en su nuca, lo miró a los ojos pero no fue capaz de demostrarle que lo estaba viendo. Era medio estúpido por entonces y no le salió hacerlo frente a los ojos de Edwin que sí, en cambio, distraído pero práctico, fantaseó una distracción e impuso una sensación. Esto le pasó al puto que cuando camina siente que una mano le acaricia la nuca y todo esto es una alegoría para no sucumbir al orden ordinario del levante callejero, a la mendicidad que uno le ofrece a la tiranía del cuerpo propio (y al del otro, quizás) cuando el deseo no reconoce su guarida y acecha en la velocidad, desbordándose, claro está, como si este apuro fuera la única experiencia posible de contacto con el mundo, como si fuera la manera más obtusa de no saber, a ciencia cierta, cómo es estar solo.
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Comentarios
Publicar un comentario