El puto nuevo que de alguna manera se condensa hoy en el conjunto como uno más de los putos que andan por ahí, se llama Juan Mora, más que gay es puto, mide lo que miden todos los argentinos medios, y más o menos al presente pisotea los 29 años. Con más afán de 31 que de 30, su presente es un accidente entre lo que pasándole está en este mismo momento digamos, y ése instante salvaje y primario donde los acontecimientos no son más que versiones infernales de lo maravilloso que puede ser el cerebro humano, un rato, un pasar por la indefinida repetición de una cosa llamada fantasía (o similar) que, plena y despelotada a veces, fulgurante arrolla la permanencia entre lo que ahora le está sucediendo. Es, sin querer ir más lejos porque nos meteríamos en terrenos convexos de respuestas al menos variopintas, #JuanMora es un accidente entre su andar y un movimiento de irreconocible previsibilidad que lo suspende, pero no lo anula. Literal queda suspendido a veces no más de cinco o seis segundos. Trabaja en una sucursal de #Frávega, en el centro, y estos accidentes ya le sucedieron más de una docena de veces. Él responde con la chapita en alza que lo califica como “epiléptico” pero que ningún médico autorizó ya que Juan Mora, como se dice, “jamás se hizo ver el accidente”. Lo dejó estar una vez y lo deja suceder hoy. Hasta hoy, salvo por dos excepciones, más o menos es siempre igual. Ve un arrecife en primera instancia. Está, digamos. Después se da cuenta que no hay arrecife sino la distancia que hay entre un arrecife y el ras pivoteante del mar. Es la mitad de la suspensión, cuando siente la distancia y sabe que lo espera el mar. Bajo el agua saca sangre por la nariz que forma ideogramas parecidos al rongo, la escritura de la Isla de Pascuas. Como está en ése isla al parecer, pero bajo el agua, le ve el cuerpo a los cabezones de piedra que hay ahí, y que miran quién sabe hacia dónde. Esta extraordinaria, digamos, situación espontánea que le sucede de golpe y sin aviso, es algo parecido a una perplejidad -le dijo Sandra, la que tira las cartas gratis en Echesortu-, y acontece -le dijo- porque los flujos electrónicos de su persona se vienen o vendrían produciendo para un determinado y aún impreciso fin. Una vieja herramienta que más adelante sabrá para qué se usa. “En los mapas del Renacimiento”, le dijo Sandra, “donde no se sabía qué poner porque se desconocía el terreno pero aun así se lo admitía como cierto, se escribía ‘allá Monstruos´”.
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