El que se acostaba enamorado de #AndrésLetonia, una vez me contó que en #Paysandú conoció a alguien que le dijo que, según una tradición del tipo oral, todo #putoargentino cuando sabe que ya va avizorando que la vida permanece o se va digamos, ahí, en ese delicado momento que no a muchos les sucede, por buena o mala suerte, a edades diversas, por intereses varios dispersos digamos a lo largo de lo que podría llamarse la vida de cada uno, todo puto argentino decide ir(se) a morir a Córdoba, a la provincia más bien, siempre eligiendo la sierra que simula teatralmente un monte, donde se escondió #AgustínTosco una vez, donde se curaba el pulmón y el corazón, donde hay energías del tipo salvaje que le dicen, donde los nazis hicieron hasta un hospital, donde siempre todo da la sensación de parate, de estancia gravitacional, donde los leprosos no querían ir, donde los jipis son una anécdota de la máscara, donde el agua es un problema y las loras son miles, donde Ada Falcón se refugió un rato, donde Manucho jugaba con sandías con sus ahijados, donde naufragaron borrachos de militancia y actuación una vez en un laguito #VíctorLaplace y #SoledadSilveyra, donde hay muchos desaparecidos, donde Sara Gallardo se aburría pero no la pasaba mal, donde la solidez del encanto es una piedra con el rebote de un sol que personaliza pero no quema, donde de noche todo está desnudo de objeto pero sin malentendidos triviales, donde #AdolfoBioyCasares le daba hondo a un paisano por el sólo gusto de sentirse hombre dicen, donde muchos viven ahí porque saben que en breve algo sucederá. El de Paysandú que dijo esto nunca llegó a Córdoba pero siempre quiso hacerlo. Estaba próximo en realidad. Eso le dijo a la persona que me contó esta historia, que decía amar a Andrés Letonia por entonces y no tener vergüenza de decirlo. “Lástima que un camión cisterna y una combi con 12 fieles del Gauchito Gil le impidieron la llegada”, me contó. Salió en los diarios pero en ningún momento se habla del único muerto, un viejo puto lector de Navokov, investigador de rango universitario y alguna vez, dicen, amante de Brad Davis en Nueva York. “Serename”, le dijo esta persona en Paysandú a la otra persona que me contó esta historia, y que después de recibir los cien pesos que el que amó a Andrés Letonia cobraba, dice él, por entonces, aminoró las secuelas del rasgo nacional del otro y todo fue como una lluvia suave. “Que se junte toda la habilidad posible para que de una vez por todas la parodia deje de amenazar la fábula de los entornos internos de quienes, dolidos y no teniendo realmente en qué entretenerse, o no sabiendo cabalmente en qué entretenerse, repasan una y otra vez todo aquello que, evocado, aparece en sus cabezas como el pasado. Una y otra vez como buscando algún tipo de rectificación de la ley de quienes piensan que es posible hacer marcha atrás, pero hacia adelante. Sobre todo esto sucede cuando lo que se dice el presente les queda corto, cuando no es posible destilar algún chorro de risa digamos, cuando no es posible aún queriendo que sea, al menos, el umbral de lo sucesivo”. Eso escribió en un libro el muerto.
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