En el boliche, era oscuro, flaquito y sosegado, como no presente andaba siempre, como un ausente que avisa su propia ausencia estaba, siempre, arrinconado en algún vértice del boliche. Solo, siempre, nunca jamás se lo vio atravesar la marea de locas que bailaban (o parecido) amontonadas (siempre amontonadas), brazos arriba, como queriendo alcanzar algo fuera del marco de su propio alcance, como en una danza ritual (casi) las locas alzaban los brazos como pidiendo más, siempre más. Aún lo hacen, son otras las protagonistas pero el pedido es el mismo (casi). La cosa fue que este puto de no más de 17 años, se supo después, no sólo desparramaba oscuridad desde su rinconcito, sino que, también, hacía de las suyas en el túnel, ese largo pasillo sin luz y sin amparo donde los putos entraban y hacían de las suyas siempre, más o menos, cuando la hora del cierre aparecía como un aviso para apurarse a “hacer algo”. Esto último era meterse en el túnel y encontrar algo (urgente) para hacer o para que le hagan, sin luz y con una percepción lejana sobre quién estaba con uno. Lo de lejana, a veces, activaba las dilataciones varias, las imágenes vistas, la humedad de la imaginación. Aún lo hacen esto, otras, con más o menos el mismo desparramo de fluidos anónimos (más desmoralizadas, quizás). Pero este puto, apodado #LaPeligrosa, no sólo fue uno de los mamadores de miembros por excelencia del túnel del boliche (al menos por lo que duró antes de ser descubierto por una travesti groseramente activa de nombre #LaPaquita), sino también fue uno de las más astutos mecheros que hubo, por entonces, en la alocada noche de los putos rosarinos de la primavera kitschnerista. Su técnica fue famosa: sin discriminar peso, altura, carne, tamaño, actitud, condición, posición o sensación La Peligrosa, siempre en silencio en la oscuridad del túnel, se mostraba rápida y predispuesta al pete largo y furioso para, de este modo, lograr que el varón (o travesti -dos casos-) que estaba siendo succionado, desabrochase todo su pantalón y lo enviase para abajo, justo con el bóxer (los slips son un tema) cerca de La Peligrosa que de rodillas, seguía succionando. Como enardecida se la sentía ahí, dicen. Y succionaba siempre hasta la explosión seminal del otro, quien deliberadamente gozoso por la acabada bucal, dejaba perdurar unos segundos más ese instante difícil de recuperar en la vida ordinaria. Ahí La Peligrosa, mientras tragaba y no largaba, con una mano, muy ducha, sostenía la verga y con la otra buscaba en los bolsillos del pantalón abajo, tomaba lo que encontraba y fugaz desaparecía en la oscuridad. Billeteras, teléfonos celulares, llaves y llaveros, documentos, atados de cigarrillos, encendedores, estupefacientes, frasquitos, papelitos del vestidor, preservativos, chicles y demás bagaje de los bolsillos se llevaba. La descubrió La Paquita, ya dije, que se murió de cáncer en la garganta hace no mucho y dicen por ahí que más que travesti, La Paquita era un puto montado. Pero ésa es otra historia y de #LaPeligrosa no se supo más.

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