“Fue cobarde como un socialista pero hermoso como una novela de #Saer. Se movía siempre como ascendiendo, como escalando caminaba. Todo tenía sonido a su alrededor. El ruido del motor de los colectivos era un mambo, y algún caño de escape sonaba a un fado. Me movía con él, me hacía desplazar como si los dos estuviésemos sobre rieles. Éramos transportados cuando estábamos uno con el otro. Los dos notábamos eso. Yo más”, dice #Antonio C., “y mi vida carece de sentido hoy. Si alguna vez la tuvo es otra cuestión, y como es innecesario hablar de mí”, dice Antonio C., “te voy a hablar de él. Y dejá que lo haga así tu sentido de la generalidad es más justo, así no hay vertientes por las cuales se precipiten los edificios, los balcones, lo pendiente, las ganas de ir de shopping, las jurisdicciones de lo íntimo, el sabor del chocolate amargo, la biografía de #NildaGarré. Salpicaba todo el colchón, siempre. Fue burdo y yo lo fui aún más. Escuchaba #Babasónicos, siempre. Él quería tener un lugar y yo nunca tuve un espacio. Me amó. Y lo hizo hasta que se cansó. Se cansó de amarme. Fue así. Y yo no hice nada al respecto. Me dejé estar como quien dice. No se me puede culpar de nada. Tampoco felicitar. Pero no quiero que el pasado se mida en este presente. Quiero ir más allá y quiero poder mirar sin la necesidad de darme vuelta para comprobar que aquello pesaba más. O menos. Es violeta. Eso dijo una vez durmiendo a mi lado. Se parecía a lo improbable. Subvirtió mis creencias. Me dejó sin #Dios”.

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