La celebración de saber que eso que se llama “yo” no puede ser licuado, no puede ser neutralizado, no puede ser cualquier escrito virtual que uno –cualquiera- escribe y que uno o cualquier otro puede borrar a su antojo y así reescribir sobre uno. La noción de palimpsesto suena estupenda dentro del idilio fingido de la “nueva era” en torno al “yo”; pero en los momentos más cotidianos y triviales de todos los que vivimos, hoy por hoy, en el planeta Tierra, entregamos nuestro “yo” a una conducta que sistemáticamente, como las máquinas y las personas se confundieron desde la Revolución Industrial, así nos quieren a todos: confusos consumidos creyentes de (llámeselo así) una de las más letales y poderosas ideas humanas para que, disfrazado o travestido de cualquier actitud que pudiera retroalimentar a su monstruo, la idea del dinero sustente y sustentase a un grupo de personas que unidas por el secreto que confieren las religiones, por ejemplo, den por cierto que todos nosotros necesitamos lo que ellos suponen que nosotros necesitamos, pudiendo ser esto último, el orden material y/o el orden espiritual de un grupo. Pero cuando, al fin y sin forzarlo, se hace sentido en uno y no como creencia sino como sapiencia, como una voluntad que se desparrama en el cuerpo y que trasmuta, trasciende, se hace saber a pesar y más allá de la primitiva ignorancia de aquel que, al fin, hace comunión con un real valor que expurga todo lo que adrede sabemos se nos intenta y se nos intentó explicar de algún modo como el significado de “verdad”. Todo lo que nos fue, nos va, nos irá, les irá lamentablemente reduciendo lo refulgentemente esencial que sabemos tenemos todos: lo que nos viene siendo legado a través de los cuerpos, a través de los tiempos todo lo que nos “arde” adentro. Algunos lo llaman fe, otros lo llaman creencia. Pero demasiado abuso sobre el lenguaje nos impidió, nos impide, en el idioma que sea o fuese, hacer legible lo que en realidad ya sabemos pero que, apelando a una frase hecha, no sabemos, no queremos, no le damos importancia a su sonar. O no nos dejan.
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