Una vez se nos apareció sin aviso alrededor de las 3 de la madrugada de un miércoles creo que fue, más o menos para que tengas una idea, que se nos había aparecido el viejo puto te decía a esa hora porque había encontrado los dibujos perdidos. Eran 4. Hojas más chicas que las A4, de papel medio amarillo. A lápiz negro creo, más que dibujos parecían siluetas calcadas. Yo me acordé de los Kalquitos, pero Andrés lo miraba con más respeto al viejo puto escritor que se nos había aparecido con esos papeles que, nos aseguró, se los había regalado Silvina Ocampo, que fue según él su mentora y jurado de un Premio Emecé de los años ochenta. Murió anoche. Pisó mal un escalón y se dio de frente al macetón del arbustito ése que hay. Rebotó del golpe y de ahí al piso de cerámico verde claro del hall del edificio. Todavía hay una aureola parecida a Catamarca donde estaba su cabeza. Andrés ya delira como te estarás imaginando. Pero yo le dije que también cabe la posibilidad de pensar que Juliana limpia muy mal el edificio, y que la del cuarto tenga razón con lo de los socialistas. No me dio bola, como siempre. Lo que no le dije ni siquiera en su momento, y ahora no sé qué hacer, fue que no me acuerdo cómo fue el maneje, pero fue rápido y fue un impulso. Estaba seguro que no se daría cuenta. Le robé uno de los dibujos. Se lo pasé a Francisco, quien por entonces te conseguía los libros de Anagrama a mitad de precio. Era auténtico el dibujo nomás. Nos pagaron quince mil pesos. El 30 por ciento fue de Francisco, el 70 fue mío y el comprador fue el Tata Yofre.
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