No es para generalizar ni armar revuelo ni adoptar una postura de retruque misógino que pudiera llegado el caso escandalizar a dramaturgas, psicólogas, actrices de café concert (no lesbianas), licenciadas en ciencias de la comunicación, cantantes (no lesbianas), investigadoras varias, malcasadas de oficio perenne, empleadas de Cultura (no lesbianas), alguna que otra madre soltera por decisión, separadas por paranoia y periodistas de espectáculos demasiado preocupadas en la conducta de aquello que necesitan vociferar a manera de denuncia para así, de esa manera tan propia de ciertos putos también, tener existencia en la escena pública. No. Pero hay un porcentaje de mujeres que, por determinadas características psicofísicas encuadran ambientales y orondas con cierta casta de maricas a las cuales, siempre y a pesar de gozar y retener los momentos en que fueron culeadas hasta la resequedad del goce digamos, los hombres tienen a mal traer. Esto es un decir sobre cómo ciertos putos al principio difíciles de intuir (pasivas por dentro, casi por omisión) y ciertas mujeres (un poco caderonas, casi por definición) más acosadas moral que físicamente planifican, de antemano y en el durante, su sufrimiento ante el amor masculino y, de alguna manera, hacen causa común. Sus gustos sobre el ocio y el entretenimiento en conjunción con alguna historieta amorosa pasada quizás son los motivos de primera junta, y generalmente coinciden en un no tan variopinto decálogo audiovisual que puede incluir, llegado el caso, desde #DanielaRomo cantando De mi enamórate hasta #ValeriaLynch con #Muñecarota. En cine, #Ameliè marcó un antes y un después en sus vidas y toda la obra de Javier #Daulte les produce el cosquilleo propio de haber tenido algo y, altaneras y jetonas, haberlo dejado partir. Este dúo humano jamás leyó a Tennesse Williams sin caer en la mariconada que se cae siempre y, de vez en cuando, se encierran horas mirando series de Sony. Se excitan juntas con George Clooney y Joaquín Furriel, se divierten a mares con Capuzotto, leen a Paul Auster pero no saben quién es Martín Amis (a pesar que un Martín las calienta siempre), y la presidenta de Argentina les parece cojonuda. Lloran muchos juntas y después salen a lugares de putos y lugares de heteros, juntas siempre dije, y juntos después también. Pero en un grueso del análisis es la loca la que primero, digamos, traiciona la voluntad de la otra en cuanto al aguante nocturno de uno para con la otra. O sea, si la loca está caliente se raja con la primera verga que encuentra a pesar de decir “poronga” en vez de “verga”, y de caer al otro día con su amiga para declamar su derrotero de puto recién cogido y ya abandonado. Hay viceversa, obvio, pero esta cuestión del abandono, en ambos casos, resulta una variante complicada para su comprensión dentro de los parámetros que podrían inferir, llegado el caso, que una persona abandona cuando descuida lo que está dejando. Pero no. A veces estas dos abandonan porque se sienten abandonadas al pedo, descuidadas desde el vamos, deseosas sin rumbo fijo y sin saber si lo que es abandonado las está abandonando, o si este hombre “que nunca se sabe lo que quiere”, se está despegando de alguien que, con el tiempo, será un dolor de cabeza. Esto último jamás lo piensan así, sino que prefieren escuchar a Ricardo Montaner con la Filarmónica de Londres mientras eligen juntas productos de Avon en el catálogo. Sino viven juntos están muy cerca una y del otro (y viceversa). El teléfono ayuda mucho en estos casos y, sobre todo, es en el entretanto de sus propias relaciones con otros en donde aparecen ciertas luchas internas y externas por el predominio de la situación, y es donde, obviamente como se dice, muestran la hilacha. Sobre todo si hay un desfajase en cuanto a la sincronización de sus relaciones con otros. Es decir, llegado el caso, cuando estas mujeres encuentran poronga más o menos estable (dos o tres meses) se alejan del puto para después, enardecidas de ausencia, volver a él, para quien los hombres (determinados varones) jamás entenderán el amor como entrega, ni la voluntad del reflejo como expectativa de orgullo. La franja etaria de este dúo arranca a los 18 años y llega hasta, como máximo, los 45 años. Después de esa edad, les sobreviene otra cosa.

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