“#Daniel es muy lindo, tanto que corre el riesgo de un adjetivo equivocado, y hasta de un tiempo de verbo equivocado”. Esto se lo dice el otro a #Franco, que hace un instante intentó salir de sí y que ahora escucha como alimentando la curiosidad, que aparece esquiva entre las ganas y un después, pero aparece. “Daniel es el más lindo del montón, digo, el más lindo en el montón, o sea, y en el montón estamos todos”. Es el otro el que habla. “Cuando lo conocí tenía veintitrés años y ahora debe rondar los veintiséis. Y repito: me resultó tan lindo ese pibe que cuando lo conocí me tragué su leche y él se tragó la mía. Una tarde de enero, creo, con más de treinta y cinco grados a la sombra, en una cama ajena y por no más de quince minutos, nos vimos por primera vez. Ahí me tragué su leche y él se tragó la mía”. Procaz imagen de un suceso no menos interesante de ser reflexionado en el caso de estar, como dice el otro que estaba por entonces, “muerto pero dispuesto a conseguir pareja”. “Lo de muerto”, dice el otro, “y me excusé, es un decir, claro está y quién más quien menos el tema de la leche está y estuvo presente en todos y en todas”. Aquí hay un instante incómodo, una detención de las intenciones, un parate del momento. “No quiero decir con esto que todos vayan por ahí tragándose semen ajeno pero, quien más quien menos, alguna idea del sabor y la consistencia tiene, habita en todos la idea de ese gusto así que dejemos de lado los detalles”. Y sonríe el otro, que por ahora no importa porque ahora es Franco quien estira, también, los músculos de su cara hacia arriba, un poco, como entendiendo así, también, cierta dilatación cardiovascular que atribuye al deseo y escucha que el otro dice que “la cuestión es que uno no prevé dicha acción sobre uno o sobre el otro que, como con Daniel, fue la realización de un acto totalmente enajenado de pasión ya que”, dice el otro, “sabemos que el SIDA nos mata a todos”. “Si el SIDA o el virus de HIV o VIH entra y se instala y comienza a destruir a través de su ingreso bucal no me interesa discutirlo ahora”. Esto escucha Franco, de apellido Exacto y con una leve dilatación cardiovascular que bloquea su arritmia sensorial, lo cual, por otro lado, resuena amable pero no habitual. “Parto del hecho de aceptar no haber previsto esto y sigo con algo más importante: me gustó; y mucho. Y no hablo de sabores, sino de circunstancias. Ni siquiera su nombre me sonó tan lindo y brillante como lo vi a él la primera vez que lo vi. El más lindo del montón, o sea, lindo como el montón Daniel, un perfecto desconocido que había conocido media hora antes en el chat se tragaba mi leche y yo me tragaba la suya”. Lo de había conocido es un decir del otro, obviamente. “Ahora se va a casar con una mujer diez años mayor con un nombre horrible. Y yo me acuerdo que Daniel, una vez, me dijo que siempre, al acabar, mientras salía y salía la leche quien sabe hacia dónde o en dónde, sentía que todavía le faltaba, que no estaba ya, que ya había terminado de salir toda la leche posible y él estrangulaba y estrangulaba”, cuenta el otro con gestos, “ahí seguía Daniel en el ordeñe porque sentía que no había terminado de acabar, que le faltaba algo, un poquito para el placer”. Placer dice, poquito, usa esa palabra y es a Franco a quien esas dos palabras se le instalan en la cabeza. El cuerpo pide, también. “A mí me sonó raro, como de mujer insatisfecha. Pero aquí viene lo mejor: Daniel, que trabaja de playero en una estación de servicio #Shell y, con el uniforme se parece al #GauchitoGil, me dijo que conmigo no le había pasado eso sino todo lo contrario. Ahí me enamoré, creí hacerlo. Ahí brilló Daniel pero brilló tan raro que ahí nomás me di cuenta que jamás podríamos ser lo que yo quería ahí, en ese momento, cuando me decía eso, un día, meses después de la primera vez. El tema es por qué no me lo dijo antes. Y ése es el tema. Se quedó con eso, y le bastó. Y le basta parece, porque en dos meses y tres días se casa a las veintiuna horas en la Catedral y hace fiesta en un restaurante que se llama #FarinaRolls y queda lejos. Lo sé porque lo leí en la tarjeta de invitación. Daniel me invitó a su casamiento con #NancyBares, su futura mujer. Lo de haber elegido a una mujer, bueno, entraba dentro de mis posibilidades cuando me ponía a pensar en el por qué de sus ausencias. Lo de ausencias es también un decir porque Daniel apareció tres veces físicamente y después por la virtualidad otras tantas. Pero brilló cuando se tragaba mi leche y quiere seguir haciéndolo, aún casado, y en su casamiento quizás, también”. Aquí, Franco, de apellido Exacto, cree comprender y saber qué responder. Pero no lo hace y confunde algo parecido a la lástima con los primeros mareos de la posibilidad, y deja que las horas sigan pasando. Sin embargo, impera leve (pero ahora) la incerteza por si lo que tiene en su corazón, #FrancoExacto, es una arritmia o una dilatación. Pronto lo sabrá.


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