Años perdidos en esa creencia y una lista interminable de señales que no vio lo llevaron a un presente impuesto, como apagado, de cogidas precisas, precisadas por el cuerpo nomás. De vez en cuando piensa en cuestiones relacionadas a la palabra “suerte”, si ésta influye o no en la boca y el pensamiento a la hora de pensarla, digamos, sin género, sin la balanza de lo que pasa, sin medirse en los demás, si es posible que la materia logre moverse con sólo pensarla. Pensar es un abuso de palabra y es el deseo el ciudado que hay que tener al hacerlo en la cabeza como se dice. Pero en vano se las ingenió y se las ingenia durante años para controlar el impulso que irremediablemente lo lleva siempre a la misma certeza: El destino del amor es único, aparece sólo una vez en la vida, como el destello de la primera polución, como ver buen teatro y en la misma carne, inscripto en los mismos huesos de quien sólo una vez, sólo una, posee la capacidad para desclasificar el amor que del otro recibe. Su nombre es Florencio Randazzo, bordea los 35 años y es técnico químico. De lejos, se parece a Berugo Carámbula cuando joven. Amó a un (digamos) chino que recaló en Rosario con toda su familia para poner un minimercado en la calle Maipú entre Mendoza y 3 de Febrero, de donde echaron al (digamos) chino puto cuando sus padres lo pillaron dándole a Adrián una noche, cerca de la caja registradora. A los dos meses el (digamos) chino se suicidó enfrente del minimercado y dentro del sauna gay que está justo enfrente, en lo que alguna vez fue el estacionamiento de un edificio. Se ahogó a propósito en el jacuzzi. Adrían cumplía 24 años. Lo amó 3 meses. Para él, desde entonces, el amor fue el chino y sólo el chino fue su amor. “El tiempo dirá”, le dice siempre un amigo mayor que él, ex montonero de la línea armada primero, ayudante de torturador después, y hoy dueño de una droguería.
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