Perfumado todo de cualquier cosa menos de emociones estaba por entonces un muchacho de insensatos enredos amorosos y tendencia a escaparse siempre por el mismo costado. Hasta un día. Un martes. O un miércoles fue cuando por primera vez en meses de anhelarla, apareció. La llamó sensación y fue como estar, al menos, sintiendo la disolución de la ingratitud de la otra persona en él. Brotó un calor en sus pensamientos agregado fundamentalmente por el capricho mismo de adjuntar un bastante poco claro deseo de lo que pudo llamarse voluntad de seguir, de andar como se dice. Fue de golpe y se le dio por pensar que en lugar de una actitud que fluctuase entre el desprecio y el reproche, mejor sería oscilar en la insuficiencia para encontrar un estado que, aunque rudimentario, complementase el sustantivo masculino y que no agregase, como se dice, más leña al fuego. Maquinando en caliente siguió esa primera vez en meses el muchacho insensato. La fluencia fue continua en su cabeza, determinó la caducidad del oscurecimiento y se obstinó en la transmutación de lo que pensaba en algún tipo de variación sobre los pesos y las medidas. Así, se pensó sin orden y, aunque embrionario, comenzaría a batallar con lo fijo del momento que representaba por entonces la noción de su presente. La sequedad de los rasgos emocionales propios y ajenos rotaría en un círculo interno, podría silbar, chascar los dedos, celebrar la palabra apasionamiento, lo inespacial enlazaría figuras, el aire influido podría pasar del pecho al estómago y salir así al exterior, suelto. Habría luz en la esquina y volvería lo primordial y aquella ingratitud sentida entraría en estado de descomposición, iría perdiendo el sonido asaz contundente que supo tener, el olor a desconcierto que supo generar. Entonces la suma de todas las importancias inscribirá como si fuera posible experimentar una renovada conducta de lealtad ante todo lo que vibra y suena. Eso pensó el muchacho. Se ilusionó con eso. Quiso abandonar el dolor y vivir lo adverso como si la circunstancia de sólo estar fuera algo que aún siendo lo que es, no puede literalmente transferirse, no puede cohesionarse con nada que exista e influya irregular, no pueda tentar la culpa, la intuición negativa, la supresión de una zona propia. Como todas esas canciones de involuntaria sabiduría, como la palabra burdel, como lo que puebla un detalle.
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