#Adrián, el puto que tiene una madre piro maníaca, y #Gastón, su novio, que es violinista y algo despistado de sí, hoy se dieron cuenta que anoche alguien había escrito con aerosol rojo sobre el paredón del frente del Club social y deportivo Torito, situado justo enfrente de la casa donde ambos viven, en pareja y alquilando. Once meses llevan y Adrián fue el que como se dice cayó entero de amor por Gastón, sin freno casi, de un día para el otro. El otro también, parece. Como quien dice predestinados los dos aún pareciendo esto una dislocación de lo creíble se vieron en yire y, digamos, se reconocieron algo. Algo sigue siendo secreto. Ni la suerte que las lindas le envidian a las feas puede compararse con esa virtud de algunos para con otros que, aún arrastrando, refulgen de pronto en, con, contra otro, que también de pronto, al parecer, destelló como escupiendo, desparramado pero en ritmo paralelo. Adrián y Gastón, entonces, refulgieron de pronto y llamaron amor a esa refulgencia. Hoy, nos es poco agradecido el malón de gérmenes que permuta la loza fina del interior con el mal menor, así que lo de Adrián y el otro, de ser así, no es poca cosa. “Activación constante y prolongada esperando una letanía cualquiera. Gastón, dormido, hace anotaciones con letra cursiva y en azul. Sueña con déficit y certezas ansiolíticas. Es un tanto adverso su cómo. Poco le importa, yo velo a su lado”, me escribió en un correo esta tarde. “Estamos siendo restringidas”, dice que escribieron en el paredón.

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