Conocí a varios hombres fuertes con soluciones fáciles. Fuertes de cuerpo, mente y espíritu. Eso decían. Yo dudaba siempre, al principio. Y hasta me mortificaba de pensar primariamente que era yo el que confundía, fácil, con inconsciente prejuicio de clase. Pero me equivoqué. “Las vaginas son muy raras” era la frase que #FlorencioGabrielPedraza decía y repetía cada dos por tres cuando me visitaba. Siempre la cita mi memoria, no tanto por su significado posible, sino porque nunca pensé que esos muchachos la llamaban así a la concha de una mujer. Nunca me respondió a todos mis por qué cada vez que la decía. No creo que supiera el por qué. No creo que haya habido un por qué. Mentía mal. Se hacía el dulzón. Costaba creerle. Como #EzequielChurri, que tenia las manos fibrosas, y de dedos largos y firmes, bien formados. Asombraba la perfección de sus uñas. Como la de sus dientes. Una pared era su pecho. Decía boxear de chico. Su cuerpo decía eso. Y hasta lo decía: “mi cuerpo habla”, me decía manoseándose, hondo y grosero, el ombligo y su zona pública primara. Precario y no tan pequeño, desde su omóplato derecho se le veía un tatuaje. Un triangulo sobre otro más rustico, con menos pulso parecía. Sensato, puedo contar hasta dieciocho, o diecinueve quizás, o hasta veinte los muchachos con los que me duché acá. O aquellos que de ducharon soplos y me dejaban mirarlos. Ezequiel fue el último. Murió hace poco me enteré. Lo mataron, al parecer.

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