“Una de las cuestiones fue que reunías todos los indicios, todos. Se anudaban en vos el ritual forjado y el hechizo evidente, la cruda certeza de la solidez tenías. Habría que revisar los antiguos manuales de brujería, debe estar tu nombre. Por horas, te quedaba espantoso fingir. Eras vos y poder tocar lo real eras vos, el “no se pude vivir así”, lo sugerido era verdadero en vos. Venías de noche, siempre, aletargado, macizo pero endeble, lechero, irredento. Supurabas en lo inconquistable y se veían colores con vos, formas egipcias, quizás mayas. Esto no es mentira: El ardor era un loza cubierta por una capa vidriada metálica con vos, mayólica era, parecía tener sentido lo orgánico, la gesta montonera, la reivindicación de los muertos. Eras demasiado hasta que entendí: Los atracones no son un estado discutible para vivir. El que se atraca es propenso a la disolución de las formas y al hastío del matrimonio. Costó entenderlo, venías de noche. En demasía vos querías acortar el trayecto hacia el amanecer. Eso hacías, también: Amanecía y te ibas, suponiendo siempre que lo de los vampiros podría perfectamente encajar en el devenir de una noche que, expirada de tal, amanece fulgurante, y con la fuerza endeble quedaba uno. Te rodeaban alacranes cuando te conocí, y nunca lo supiste. Yo no lo podía creer. Y sin embargo sucedía…”.
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