El 2 de agosto de 1914, en Praga, Franz Kafka escribió en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. Así termina esto. O comienza. Da lo mismo. Ojalá nos veamos morir, te dijo. Ojalá ardan las personas como Vertbinsky, como Lucio, como Nilda, como Coscia, como todas esas locas malas y soterradas que ahora son cuando lo que ahora reparan fue su mejor época de culeo furtivo y vivo, como Lorenzo Miguel, como Marcelo, Mario y Daniel, como Russo, te dijo mientras te besaba. Querías algo decir. Pero nada dijiste. El tiempo es de ellos, pensaste mientras se iba en vos reviviendo la no gesta montonera, lo nuestro es la usura sobre el usufructo que ellos alucinan con formas de billetes y países con buena gente, sencilla y de un corazón tan grande como el tumor que mató a Eva Perón. Matarla pensaba y siempre para vos fue un chiste. Hasta que te allanaron y lo breve del chiste, hoy, es como una extremaunción, sin muertes, sin cambios, sin intereses y sin él.

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