“Toda. Entera y encarnada, como se ven las cosas que en vano uno trata de resistir. Así de lúcida toda la desmesura tuya encontró en mi piel, no el agua que corre y el desterritorializado tránsito diluvio de todos los fluidos tuyos que se convocaban cuando tuyo fue mi sinónimo, sino la desmesura equívoca que sólo fue tal cuando el origen del hybris –del tuyo- me pidió disculpas. Al pedo, en mi piel ya estabas, a medias, a tientas tu verdad ilusoria empezó a yacer. Fue cierto esto, y un conjuro en otro idioma busqué para erradicarte como quien excluye una interfaz orgánica, como lo valiente que en inglés sinusoidal acciona por igual sobre la bravura de, al menos disponer de algo que, tangible, como una discreta entidad, no borrase el mientras tanto. Así sonó mi respuesta emocional cuando me drogué con toronja y como un arco de ventosas me envolvieron de los pies a la cabeza. Toda una bocina escuché ahí y toda torcida pero toda al fin aparecía, parda y a lo lejos, una nariz de vértice incierto y cuerpo desprendido. Eras vos, toda esa bocina eras vos. Toda”.
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