Pendenciero nato, negro medio fanfarrón y flaco de andar de pato, nunca presumió de un cuerpo exudado en formas y contornos más o menos simétricos, más bien su cuerpo tenía las huellas de la calle pero no del abandono. Se defendía, digamos, con talento. Tenía talento para ablandar putos. Eso sí, ventajero, muy ventajero fue su cuerpo. Se llamaba #Luciano y se llamaba #JuanManuel. Pero era sólo uno. Venía del margen sur del Barrio Fishertón, al oeste de la ciudad. Eso decía y decía también que desde los 16 años más o menos se había instalado en el centro y que a su familia la veía de vez en cuando. Ningún problema aparente en ése ámbito al parecer. Desnudo y de perfil sobresalía su verga de 20 centímetros por 6 centímetros y medio que los caprichos de la genética le habían conferido, más un par de huevos que colgaban libres, muy libres ellos en una bolsa aplastada y extendida. Con todo ese paquete testicular y peniano especuló en la calle. Y con lo pragmático de una educación que, ensayando siempre las teorías de la acción y la reacción humana (y a veces reprimida) sobre la pureza de los acontecimientos que se dan en su suceder mismo, le permitió pleno dominio de su verga. Todo estaba ahí cuando Luciano quería. Todo. Poco discreto, poco higiénico y demasiado encaprichado con una ambición, se hacía llamar, ya lo dije, Luciano pero en su documento figuraba Juan Manuel. Un decir del gusto de oírse como otro, o una precaución prematura sobre su oficio: ablandar putos, mayores sobre todo, muy mayores los putos, y darles a entender con una velocidad asombrosa el mecanismo por el cual así, de golpe, Juan Manuel, alias Luciano, podía serles posible. No útil, posible. El último puto que ablandó, irreversiblemente, le cagó la vida. Es imposible mencionar su nombre y menos su apellido. Es hoy uno de los cinco cirujanos más ricos de la zona y es el Director de uno de los Hospitales Provinciales de #SantaFe. A Luciano lo pescó de golpe, así, y comprendió la templanza de éste que reposaba sobre la confianza de su verga enorme y ambiciosa. Amó esa verga. Amó su forma, la proyección de esa carne en torno a él amó, la cantidad de leche que escupía amó, las veces que entró y salió amó. Y varias veces amó, 200 pesos después, siempre furtivamente. El cirujano, entonces, ahí, quiso extender la posibilidad. Pero Luciano quería otra cosa para sí y prefirió, en esa ocasión, el caudal de un Diputado Nacional. Qué tan posible sintió en esa misma ocasión la potencia de una actitud sobre vectores de proyección no perennes a, digamos, mediano plazo, es un misterio pero el cirujano, ablandadísimo, extorsionó al Diputado y éste, padre de 6 hijos, abuelo de 4 mujercitas y peronista asustado, le devolvió a Luciano. Fue ahí, pero dos semanas después, cuando, dopado Luciano, en un improvisado quirófano en un departamento del centro, fue intervenido quirúrgicamente por el cirujano, que se encontraba a las puertas de cierto fulgor romántico y excéntrico, desmedido y brutal. El cirujano le cortó la verga a Luciano y se la comió ahí nomás, junto con los huevos y la bolsa. Su cuerpo está desaparecido hoy y todo esto no es más que un chisme que se cuenta en el Cine Club, que funciona en las instalaciones de la Asociación Médica y la verdad, de ser dicha, es que nadie nunca escuchó hablar de un tal Luciano. Menos de un Juan Manuel.

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