Arrinconado, el pobre puto respondió que sí, que quería jugar al teto. Era de un pueblo del norte, de padre y madre brutos pero trabajadores. Tanto que le mandaban todos los meses, rutinariamente todos los cinco de cada mes, un buen pedazo de plata que el pobre puto no usaba para estudiar sino para la ropa y el boliche. Era puto, más bien aputasadamente gay y arrinconado por un deseo que creyó entender. Pero no, y harto de la vida sexual gay, empezó a yirar cerca del puerto. Yiraba mal. Y tan mal yiró esa vez, la primera, que se levantó a Iván, un fugado de la cárcel de Coronda, que lo invitó a jugar al teto, le robó absolutamente todo y lo mató de gusto nomás, con un golpe seco en la nuca.
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